martes, 27 de noviembre de 2007

Señores y Señoras

Apreciadísimo y codiciado Sr. Señor,

Tras una interesante conversación con mi estimada y querida colega Sra. Señora, me complace informarle que valoramos mucho su osadía de vislumbrar las transmisiones neuronales del ser femenino y reconocemos su hábil capacidad de sobre vivencia dentro de las inundaciones irracionales que pasan por los canales cerebrales de nuestra mente tan perfecta. No es común encontrar seres masculinos que sepan nadar en el flujo de nuestros pensamientos siguiendo cirtas corrientes racionales compartidas.

Bienamada Srta. Señorita,

Nada más lejos de mis intenciones que discutir o cuestionar sus aserciones (Sra. Señora, desde luego) referentes a mi humilde y discutible capacidad de observar y perorar asomándome peligrosamente al abismo insondable que constituye la mente femenina, pero es mi obligación como caballero discutirle esta capacidad, puesto que suelo naufragar en tales profundidades, como atestigua mi habitual impericia en mi trato con usted, o el reciente episodio con la bella Sra. Señora, a la que no arranqué más de cinco leves minutos de atención. No dispongo de más recursos que los que me proporciona mi condición masculina, y aunque mi experiencia me lleve a observar ciertos fenómenos y establecer afortunadas relaciones causales entre ellos y las bellas líneas del rostro femenino, mis aciertos no son menos azarosos que las bellos giros acrobáticos que ejecutan las hojas de los árboles en su lánguida extinción otoñal.